DI NO A TUS DOGMAS

sábado, 29 de septiembre de 2012

Al límite

Dicen que la demencia se mide en cantidad de pasos que das saliendo de tu casa antes de darte cuenta de que llevas zapatos pero no pantalones. Afortunadamente sólo llegué a la puerta, así que puedo estar tranquilo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

De nuevo la muerte

Nuevamente soñé con la muerte. Con la pronta muerte. Pero ahora se trataba de una muerte universal, no individual. Se trataba del apocalipsis, del fin del mundo.

En algún momento del sueño ya todos lo sabíamos: vendría pronto una inundación que terminaría con la vida en la Tierra. Me hallaba en una especie de auditorio con demás personas. Todos aún con la duda sobre la veracidad de lo que corría, al parecer, solamente a voces. Pero en cuanto comenzaron los vientos huracanados y los temblores, la certeza sobre lo que supuestamente habían predicho los mayas nos cayó como plomo.

La asfixia del miedo nos hizo querer salir de aquel auditorio y empezamos a caminar sin rumbo. O quizás con rumbo pero es que en los sueños es difícil recordar las razones por las que se toman decisiones; si es que las hubieron. Mientras caminábamos luchábamos contra el espanto y contra la demencia. Y entonces recuerdo que le dije a mis acompañantes:

- Hemos tenido una vida hermosa, llena de satisfacciones, amistades y alegrías. Hemos sido felices en vida. No nos dejemos llevar por el miedo, no permitamos que el final de esta bella historia se plague de angustia y terror. Estemos tranquilos.

Y así comenzó mi lucha interna por, precisamente, estar tranquilo. Los paisajes no eran alentadores. En lontananza se distinguían tormentas y tornados, truenos y relámpagos. Volvimos a encerrarnos. Estaba con amigos que conozco. Todos tratábamos de mantener la calma pero se nos colaba el pánico por la mirada. No sabíamos en qué momento sucedería. Los vientos a momentos se calmaban y era entonces inevitable fantasear con que todo había terminado. Pero en seguida reiniciaba la orquesta de lluvias, silbidos, azotes, terremotos, granizos y respiraciones nerviosas.

Insistía hacia mis adentros que debía luchar por no caer en la desesperación, llanto y grito. Iba lográndolo muy bien hasta que pensé en lo que se sentiría ahogarse. Sentí pavor. Porque la muerte de ese tipo no es inmediata, porque seguramente causa un gran sufrimiento, pensé. Y de pronto, así como de rayo, sin avisar su llegada, me invadió la idea del suicidio. Me imagino que la figura de mi persona sería la de alguien totalmente encogido en una silla, viendo hacia el suelo, con los ojos demasiado abiertos y la quijada trabada.

Alcé la vista para distraer aquellos mal prestigiados pensamientos. Ahí estaban los demás, en su propio letargo. Quise hablar con ellos para romper silencios de muerte. Sólo se me ocurrió decir:

- ¿Vieron la película de Melancolía?